Pronto, nuestro litoral comenzará a prepararse para la temporada estival, y volverán los mismos titulares de cada año sobre cuantiosas inversiones para la regeneración de playas.
Con motivo del Día Internacional de Acción contra las Represas y por los Ríos, el Agua y la Vida, y de la celebración hoy del Día Mundial del Agua, he querido hacer una pequeña reflexión sobre la gestión de nuestro recurso más (des)preciado.

El agua no consumida o que, tras su uso, retorna al río y va a parar al mar no, no es «agua que se pierde». El sedimento transportado por las aguas de los ríos crea, modela, nuestras playas. El aporte de agua dulce a los mares mantiene estabilizados los niveles de salinidad, y deltas y estuarios son hábitat de multitud de especies animales y vegetales que, en mayor o menor medida, dependen de estos ecosistemas.
Si bien el aporte natural de sedimentos a la costa ha disminuido en las últimas décadas, ¿las causas? Ocupación física de la superficie de los cauces por urbanizaciones; inmovilización de sedimentos en las desembocaduras ante riadas, en deltas de cauces ocupados por invernaderos y otras edificaciones; extracción masiva de áridos en cauces, playas y cordones litorales para su utilización en construcción y cultivo; y obras de regulación, esto es, presas, represas o embalses.
Entre 1950 y 1986 se produjo una auténtica época dorada en la construcción de infraestructuras de regulación hídrica en cuencas de ríos de todo el mundo. Se construyeron más de 30 000 presas de una altura mínima de 15 metros —las llamadas «grandes presas»—.
Según la Comisión Internacional de Grandes Represas (ICOLD, por sus siglas en inglés), actualmente existen unas 45 000 de estas grandes presas, la mitad de las cuales, 22 000, se encuentran en China.
La Presa de las Tres Gargantas, en el curso del río Yangtsé, «la mayor represa en estructura y potencia instalada en el mundo», supuso la inundación de 13 ciudades, 140 pueblos, 1350 aldeas y el desplazamiento y reubicación de 16 millones de personas.
En España hay más de 1200 presas en uso. Su función es garantizar el suministro de agua a la población, al sector turístico e industrial, y fundamentalmente a la agricultura, pues el regadío es el mayor consumidor —en torno al 80 %— del agua regulada en nuestro país.
Las presas realizan asimismo funciones de defensa frente a riadas, contención de avenidas y producción hidroeléctrica. Organismos como el SEPREM (Sociedad Española de Presas y Embalses) se refieren a estas como «necesidad». Pero, ¿está realmente justificada su construcción? Entre sus impactos: daños a ecosistemas fluviales, destrucción de valles y de hábitats, anegación y pérdida de zonas fértiles, en algunos casos desplazamiento de población, y —lo que nos ocupa— regresión de la línea costera.
Millones de toneladas, millones de metros cúbicos de sedimento llegan anualmente a los embalses procedentes de la erosión de las cuencas de los ríos. Los sedimentos son recogidos por el flujo del agua en su recorrido a lo largo de la cuenca y se mantienen en suspensión mientras esta se encuentra en movimiento. Pero tan pronto como deja de fluir y se asienta, los sedimentos se acumulan. Depósitos sedimentarios cuya función era evitar la erosión de la vega deltaica y sostener nuestras playas, pero que son «interceptados» por el camino.
Múltiples organizaciones se oponen a la construcción de proyectos hidráulicos o hidroeléctricos. Aluden a los muchos impactos negativos que trae aparejados. Proponen reducir la demanda de agua mediante un aumento de la eficacia en su uso, mejoras en su gestión integral, explotación de aguas superficiales y de acuíferos subterráneos, o alternativas a la energía hidroeléctrica.
«A pesar de su papel como un símbolo de avance social y proeza tecnológica, el conocimiento actual indica que los daños causados por las presas en los procesos ecológicos de los ríos y lagos son profundos, complejos, múltiples y por lo general negativos», refleja en su estudio el Instituto de Ecología y el Instituto de Geología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Hemos generalizado y alimentado hasta la saciedad el «mito del crecimiento a través de grandes infraestructuras», expresaba en el muy recomendable artículo Presa de Rules, cúmulo de despropósitos; ¿Para qué ha servido tanta obra? ¿Quiénes se beneficiarán? mi paisano Fernando Alcaide, miembro de la Asociación Buxus y de Otra Granada.
Toda gran obra es acogida como un fenómeno que traerá prosperidad a la región, desarrollo. La realidad es que, como sucede en muchas otras ocasiones, tratamos de solucionar un problema generando otro: el impacto social, económico y ambiental que trae consigo la alteración radical de un paisaje, la transformación de un río de caudal libre en un lago inmóvil, inerte.
Fuente fotografía: río Elba a su paso por Hradec Králové, República Checa. Elisabeth Lahoz
Acerca de la autora:
Me llamo Elisabeth Lahoz, soy redactora freelance y ambientóloga. Escribo para ganarme una vida a mi manera.
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